viernes, febrero 18, 2005

 

2 de enero de 2.014. Los marroquíes vuelven a atacar...

Munera, Isla de Almadán. 2 de enero de 2.014. 06.25 horas.

A lo lejos, muy en el horizonte, rozando aún en la imaginación y casi de forma ficticia, empezaba a clarear. El teniente Gallo se había quedado por fin dormido. A pesar de las preocupaciones por las posiciones defensivas, de los heridos, de los civiles y de todo lo concerniente al resto de sus hombres, moral incluida, pudo quedarse dormido. No había durado mucho. El primer estallido de una granada de mortero le despertó. Tardó un par de segundos en situarse, pero en seguida se percató de la situación. Los marroquíes, no querían bombardear y dañar las casas del pueblo, ya que podría haber algún simpatizante de su causa. Seguramente así sería y por ello el teniente, había confinado a todos los civiles en el sótano del Ayuntamiento, vigilados por dos legionarios continuamente. Tan solo los que tenían conocimientos de medicina y el electricista reparador de radios, que había sido además militar, estaban fuera del sótano.

Los marroquíes posiblemente habían deducido que habría tiradores y batían la zona. Otra posibilidad, quizás la más acertada, era que ellos también dispusieran de exploradores y que estos hubieran detectado movimientos mediante lentes y visores térmicos o que estuviesen afinando puntería para la hora del ataque. Las explosiones se detuvieron. Habían caído alrededor de diez o doce proyectiles. El teniente Gallo montó en el Rebeco que le hacía de vehículo de mando y ascendió hasta el cuartel de la Legión. El humo salía con lentitud y se habían desmoronado al menos dos muros más. Sin embargo, el movimiento de los legionarios no parecía indicar que hubiera sido un ataque demasiado fructuoso. El cabo primero Salcedo salió a recibirle en cuanto el vehículo del teniente se acercó.

- ¿Ha habido bajas? – preguntó el teniente con un punto de angustia en la voz.
- Ninguna mi teniente. Tan solo al legionario Vázquez le ha saltado una esquirla en el hombro. Un rasguño y nada grave. Yo creo que estaban afinando la puntería.
- Yo también lo creo. Prepare a todos los hombres y hable por radio diciendo que hemos sufrido bajas. No especifique, pero diga claramente bajas y daños. Nos escucharán y puede que vengan más confiados.
- Entendido, mi teniente.

En ese momento el sargento primero Campos llegaba en otro Rebeco que se detuvo cerca de donde estaban el teniente y el cabo primero.

- La posición Cobra ha detectado movimientos de unidades de infantería. Parecen exploradores y llevan gafas de visión nocturna y visores térmicos.
- Salcedo haga lo que le he dicho. Bien sargento -continuó el teniente – que Cobra se quede quieto, metido en el agujero y que Lince sea la que efectúe los disparos si se ponen a tiro. Disparen primero a los que portan los visores térmicos, y a ser posible en la cara para destruirlos.
- De acuerdo mi teniente. Mateo, vete hasta Lince y dile las órdenes del teniente. – dijo el sargento al legionario que conducía el Rebeco.
- A la orden mi sargento.

Ambos vieron como el joven legionario se perdía entre la oscuridad de los primeros árboles cercanos al precipicio de la cara este del cuartel semidestruido de la Legión.

- Mi teniente, van a atacar en no más de veinte o treinta minutos. – comentó con su frialdad característica el sargento primero Campos.
- Lo sé sargento. Lo sé. Ya estaba empezando otra vez a rezar. – le contestó mientras seguía mirando a la oscuridad el teniente Gallo.



Posición Lince, Punta Español. Isla de Almadán. 2 de enero de 2.014. 06.35 horas.

El cabo primero Ballesteros, seguía mirando por la mira telescópica de su Barret. A su lado el legionario Centeno, le susurraba la distancia y el viento, mientras miraba por el telémetro. Era el único tirador de élite verdadero que había en Punta Español ya que el cabo segundo Solana era especialista de armas ligeras y había realizado las pruebas para entrar como tirador de élite, pero no las había completado todavía. Lo normal era que hubiesen formado equipo ellos dos y así irse turnando en las operaciones de observador y tirador, pero el teniente había preferido tener dos equipos de tiradores en vez de uno compuesto por dos francotiradores. No era lo más habitual, pero entendía que el teniente lo que buscaba era que no les dejasen de un morterazo sin los dos mejores tiradores. Centeno no era mal chico, no sabía casi nada de esto, pero al menos había cogido el aire al telémetro y no era cobarde ni parecía ponerse nervioso.

- Cinco Cinco Cero metros. No veo todavía ninguno con el visor térmico, ni gafas nocturnas. Van muy despacio, viendo si hay minas y buscando puestos de avanzada. – susurró apenas perceptiblemente.
- En cuanto veas a uno me avisas. También me vale un oficial o el que esté al mando. Al radio le dejamos para luego. – contestó el cabo primero con otro susurro apenas audible.

La patrulla marroquí estaba avanzando despacio pero firme. Ya estaban a menos de un kilómetro y aunque se estaban separando un poco de la posición Cobra que ocupaban el cabo segundo Solana y Cabrejas, empezaban a estar demasiado cerca. Les imaginaba metidos en su agujero, mirando prácticamente a ras de tierra para que los visores térmicos no les detectasen. Calculaba que tenían que estar a unos 700 metros a la derecha de Cobra y justo enfrente suyo, solo que a un poco más de distancia. Seguramente acortarían hasta el recodo de la carretera que quedaría justo a la altura de Cobra. El portador o portadores de los visores térmicos tenían que estar allí al lado de los primeros soldados. Transcurrieron algunos minutos en silencio.

- Solo veo un soldado con visor y ya le tengo.- susurró Centeno. - Está a la derecha del primer soldado.

El cabo primero no dijo nada. Apuntó en esa dirección hasta que vio al soldado con el visor térmico ajustado en su cara. Estaba en ese momento mirando en la dirección de Cobra y posiblemente, porque algo habría detectado. Lo tenía de perfil, medio oculto por el tronco de un alcornoque. A su lado, ahora había llegado el que parecía mandar la patrulla. Sin duda estaban señalando hacia la posición de Cobra. Solo tenía un disparo y órdenes preferentes de neutralizar al del visor térmico para que de esta forma Cobra pudiera operar sin demasiados problemas. Sintió la presión de tener que acertar.

- Cinco Uno Seis metros. Viento flojo de espaldas. – susurro Centeno.

Los vientos de la zona solían venir del mar, es decir, de sus espaldas y por eso habían elegido esa posición. Un disparo con viento cruzado, siempre era más complicado, mientrasque el de espaldas no variaba apenas la trayectoria del proyectil y siempre necesitaba menos cálculos. Además, desde allí, se tenía una buena visión de la carretera, que era donde Ballesteros preveía que la patrulla se detuviera un momento a observar la situación. Lo más probable era que los marroquíes aseguraran sus posiciones en la primera curva que se veía y desde allí planificaran su siguiente movimiento.

Un par de minutos más tarde, así había sucedido. Ahora, una pequeña fila de soldados marroquíes esperaba instrucciones guarecidos tras los troncos de los alcornoques que bordeaban la curva. En ningún momento había perdido de vista al que portaba el visor térmico, que había vuelto a apuntar con su mano derecha a la posición en donde se encontraba Cobra.

- Tres Siete Cero metros. – le anunció Centeno.

No era un disparo difícil. Los había realizado mucho más complejos en los entrenamientos. La diferencia era que ahora iba a matar a un hombre y aquello le hizo detenerse un momento. Volvió a respirar. El soldado marroquí seguía apuntando con su mano derecha en la dirección de Cobra. El que mandaba la patrulla pareció volverse a dar una orden a dos soldados que estaban justo detrás de él cuerpo a tierra.

No podía esperar más. El cabo primero Ballesteros expulsó lentamente el aire de los pulmones y posó la yema del índice de su mano derecha en el gatillo. Hacía frío, pero empezó a sentir un calor extraño en la cabeza. La cara del soldado marroquí estaba en el visor, y ahora miraba algo más hacia arriba que la posición Cobra. Sin duda continuaba buscando mientras el jefe de patrulla seguía hablando con los dos soldados de antes. La yema del dedo índice del tirador español acarició con suavidad el gatillo. Apenas presionando, para que el disparo saliera solo, casi sin pensar. El soldado marroquí fijó un segundo la posición y su cara con el visor óptico ofreció mejor blanco. Solo fueron dos escasos segundos, pero suficientes. En ese momento el cabo primero Ballesteros disparó.

El sonido retumbó en toda la noche y una pequeña llamarada salió del Barret, lo que indudablemente podía delatar su posición a pesar de estar muy resguardado el cañón y cubierto por dos guerreras y un macuto. El cabo primero Ballesteros respiró de nuevo y tragó saliva mientras el calor interior se iba disipando. Sabía que había hecho blanco.

- ¡Blanco!- anunció Centeno con un ronco susurro aunque sin poder ocultar la alegría. - De puta madre, tío. Blanco y el visor a tomar por culo. - Siguió susurrando y sin quitar la vista de la patrulla marroquí.

El cabo primero Ballesteros se quedó un segundo en silencio y notó un pequeño relámpago de nausea. Acababa de matar a un hombre. Sabía que era un enemigo y no se sentía responsable moralmente, pero estaba muerto, con un disparo en la cara y era su primera baja confirmada. Era en definitiva, la guerra de verdad.

- Toro, aquí Lince. Cambio. – llamó el legionario Centeno al puesto de mando.
- Aquí Toro. Cambio. – contestaron desde el puesto de mando de Munera.
- Confirmado el blanco. Al menos un visor inoperativo. Repito confirmado blanco. Pasamos a posición Dos. Cambio y corto. – Vamos, mi primero, hay que salir de aquí. – le habló Centeno mientras recogía los chaquetones y las mochilas.

El cabo primero Ballesteros, miró una vez más en dirección hacia donde había hecho el disparo. Ahora solo había noche y un extraño silencio.



Posición Cobra, Munera. Isla de Almadán. 2 de enero de 2.014. 06.46 horas.

El legionario Cabrejas oyó el disparo y a los pocos segundos la confirmación del blanco, incluido el visor térmico. Era posible que hubieran otros soldados con ese tipo de visores pero en principio no se habían detectado. Se asomó sacando un poco la cabeza del pequeño pozo de tirador que habían cavado entre dos raíces y con las gafas de visión nocturna y los prismáticos intentó localizar a la patrulla marroquí que había recibido el disparo. No le costó, ya que apenas se habían movido de sus posiciones. Tan solo el que parecía mandar y el radio, se habían retrasado unos diez o doce metros y estaban detrás de un árbol. Solo veía el cable y uno de los brazos del que parecía el oficial. Obviamente se habían resguardado de la posición que ellos ocupaban. El cabo segundo Solana se levantó en ese momento con el G-36 con visor nocturno y apoyó el arma en la dirección en que el soldado Cabrejas apuntaba con los prismáticos.

- Estarán diciendo nuestra posición. Tenemos que darnos prisa. – gritó al legionario Cabrejas que seguía mirando.
- Salgamos de aquí echando leches. – corroboró el cabo segundo Solana.

En ese momento el sonido de una granada de mortero saliendo del tubo, silbó en el aire. Tres segundos más tarde explotó a unos veinte metros por delante de donde se encontraban.

- Vámonos en seguida...antes de que venga la siguiente. – habló el cabo segundo saltando fuera de la posición y subiendo por entre los alcornoques con el legionario Cabrejas detrás.

La segunda granada explotó a los veinte segundos de la primera y esta vez mucho más cerca de la posición que antes ocupaban. Los dos legionarios se quedaron mirando y dudaron en ocupar la segunda posición, que solo estaba unos veinte metros más atrás de la primera. Las granadas de mortero seguían cayendo, a un ritmo de una cada treinta segundos y todas a menos de ciento cincuenta metros de la nueva posición.

- Yo creo que debemos irnos al tercer puesto. Esta está demasiado cerca de las granadas. – comentó con la respiración entrecortada el legionario Cabrejas.
- De acuerdo...pero vamos a darnos prisa. – contestó jadeando el cabo segundo Solana.
- Pues venga, vamos para allá. – finalizó la conversación echando a correr el legionario Cabrejas.

La tercera posición estaba a unos sesenta metros a la izquierda y quince o veinte más arriba de la segunda. Sería una distancia suficiente para quedar relativamente lejos de las explosiones de las granadas de mortero que seguían explotando alrededor de donde antes estaban. Cuando llegaron, ambos se quedaron sentados respirando con ansiedad y se miraron con una especie de brillo temeroso en los ojos. Las granadas cesaron de caer y a lo lejos, un ruido de cadenas y motores empezaba a destacarse en la oscuridad.



Posición Lince 2, Punta Español. Isla de Almadán. 2 de enero de 2.014. 06.59 horas.

El cabo primero Ballesteros había visto las explosiones cerca de la posición Cobra. Sin duda alguna, el soldado marroquí que portaba el visor térmico había podido situar y dar las coordenadas oportunas para que los morteros marroquíes disparasen allá. Ahora había un silencio con un lejano ruido de fondo que le pareció algo parecido a motores. Posiblemente los marroquíes se preparaban para atacar y habían arrancado los tanques y blindados. El legionario Centeno seguía observando por los prismáticos de visión nocturna y le iba comunicando las posiciones de la patrulla marroquí. Él movía indistintamente la cruz del visor entre los tres o cuatro soldados que se veían entre los árboles. Sin embargo a quien buscaba ahora era al radio o al oficial.

- Lo tengo. –susurró Centeno.
- ¿Dónde? – preguntó el cabo primero mientras seguía buscando con el visor de su Barret.
- Detrás. Busca por la derecha de los dos primeros soldados que están tumbados en la piedra de la izquierda.
- Bien. Los tengo – iba diciendo el francotirador
- Pues ahora busca un alcornoque grueso, diez o doce metros detrás. Con las ramas muy anchas...
- No lo veo
- Detrás a la derecha de esos soldados. Ahora no se mueve. Hay un soldado de rodillas mirando para la carretera.
- Veo al soldado de rodillas. Ahora se ha tumbado.
- Pues justo detrás. Ves un tronco muy grueso...allá está
- No lo veo...espera, ahora he visto la antena. Ya le tengo.

El radio estaba de perfil. Casi oculto por ese tronco grueso, pero se podía ver como seguía transmitiendo. Un oficial parecía situarse detrás de él, todavía más oculto.

- ¿Puedes disparar? – preguntó el legionario Centeno
- Creo que sí. Pero hay que esperar un poco para ver si se sitúa mejor.

El cabo primero se preparó de nuevo. Observó la posición del oficial y del portador de la radio. Estaban bastante ocultos y dudaba si podría finalmente realizar el disparo. Habían pasado un par de minutos y no cambiaban de posición haciendo el tiro extremadamente difícil por las ramas que había entre ellos y los dos objetivos. En ese momento sonó un disparo y el oficial cayó fulminado. El cabo primero Ballesteros pudo observar como le trasladaban tirándole de los correajes hasta diez o quince metros detrás de unos árboles y unas rocas que le impidieron ver nada más. Cobra había disparado y el oficial estaba muerto o herido.

- Aquí Cobra Tres, blanco neutralizado. – sonó en ese momento por el transmisor.
- Aquí Toro. Recibido. Enhorabuena. Cambio y corto.

El cabo primero Ballesteros pensó en el cabo segundo Solana y si él hubiera sentido ese pellizco de remordimiento al abatir al oficial marroquí. Quiso pensar que sí y que eso sería parte del oficio. Volvió a concentrarse. Los ruidos de los motores entretanto, seguían en la lejanía inmediata con un rumor incesante y nervioso.



Munera, Isla de Almadán, 2 de enero de 2.014. 07.29 horas.

-¡Aquí Punta, helicópteros por el norte! ¡Repito, helicópteros entrando por el norte! - la voz salió de la radio áspera y cortante.

El teniente Gallo oyó la frase y salió corriendo hacia el Rebeco que esperaba en la puerta de su puesto de mando. Recorrió con prontitud los menos de doscientos metros que le separaban de los aledaños del cuartel. En el momento en que llegaba, dos explosiones en los muros de los restos del cuartel hicieron que temblara el suelo y una ola de calor le empujó con fuerza. En ese momento, un Gazelle SA-342L voló bajo lanzando una ráfaga del cañón de 20mm que montaba en su derecha, que rebotó con fuerza en el suelo levantando una recta de astillas de piedra. En ese momento, de los otros dos helicópteros que se acercaban a lo lejos, surgieron dos pequeñas columnas horizontales de humo que precedieron a las explosiones de sendos cohetes. El grupo del cabo primero Salcedo disparaba al aire inútilmente. En ese preciso instante, uno de los Rebecos de señuelo colocados en una de las esquinas saltó por los aires alcanzado por un cohete. Otro camión, también un señuelo, fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora y quedó totalmente desvencijado.

- ¡Fuera de aquí, rápido a las primeras casas, venga vamos...! - el cabo primero Salcedo impartía órdenes mientras intentaba que sus hombres salieran del recinto en el mayor orden posible. Las explosiones se iban sucediendo cada vez con más fuerza.

El teniente Gallo, también retrocedió hasta las primeras edificaciones y contó ocho legionarios que salieron de los restos del cuartel. Uno de ellos, el legionario Vázquez, fue alcanzado por una ráfaga de uno de los helicópteros y ya no se movió más. Quedó allí tendido en medio de un charco de sangre que se iba expandiendo despacio y densamente con la incipiente y lejana luz del día. Los restantes hombres llegaron a las primeras casas y una ametralladora de 12,7mm de uno de los Rebecos empezó a disparar contra uno de los helicópteros, que tuvo que maniobrar con algo de brusquedad para que no fuera alcanzado. Esa ráfaga permitió que los dos últimos legionarios llegaran hasta las primeras edificaciones del pueblo buscando cobertura. El cabo primero Salcedo miró al teniente y este pudo leer en sus ojos que solo un milagro podía salvarles esa mañana de no ser aniquilados por los helicópteros de combate marroquíes.



Posición Lince 2. Punta Español, Munera, Isla de Almadán. 2 de enero de 2.014. 07.32 horas.

El cabo primero Ballesteros vio llegar al SA-330L Puma de transporte mientras el resto de los Gazelle SA-342L seguían volando soltando ráfagas de ametralladora para mantener a los legionarios españoles bajo el fuego y así no permitirles responder.

Tuvo una intuición. El SA-330L Puma tendría que quedarse en vuelo estacionario mientras los soldados marroquíes descendían por el cable que empezaba a colgar de su interior. Con un poco de suerte podría alcanzar al piloto y abortar el descenso. Solo necesitaba cuatro o cinco segundos, y quizás, lo podría conseguir. Desde donde se encontraba tenía una visión casi perfecta del helicóptero de costado, presentando toda su silueta. Estimó que los veinte soldados que podría transportar tardarían no más de doce, quince segundos a lo sumo en descender y otros dos o tres para abandonar la posición. Eso sería todo el tiempo que estaría allí casi parado. Sin embargo, tendría que disparar cuando a lo sumo hubieran bajado solo dos o tres soldados, de otra forma, tendrían ventaja numérica con los legionarios que estaban en Punta Español. A pesar de la temperatura, volvió a sentir esa misma sensación de calor de cuando había disparado contra el soldado marroquí del visor térmico.

Un Gazelle SA-342L pasó alto casi por encima de ellos. Ciertamente, era practicamente imposible que los descubrieran por las tupidas ramas de los alcornoques y el camuflaje con ramas y hojas que habían conseguido hacer. Otro Gazelle SA-342L disparó otra ráfaga larga de ametralladora. Un tercero, más lejano disparó dos misiles anticarro que salieron dejando una estela fina de humo blanquecino. Apenas un segundo después, una explosión se oyó en mitad del pueblo y una columna de humo negro empezó a enderezarse entre las primeras claridades. Había que darse prisa. El cabo primero buscó una posición cómoda que le permitiera apuntar durante tres o cuatro segundos. Al final encontró una rama rota y gruesa en la que podía apoyar el cañón del Barret sin forzar una mala postura.

- Cuando yo dispare, lanza tú también una ráfaga contra la cabina. Tenemos que conseguir abortar ese descenso. Llama al teniente y dile lo que queremos hacer. – habló en voz baja al legionario Centeno.

Mentalmente calculó la fuerza del viento que ejercerían las palas del rotor y deseó acertar en el cálculo. De todas formas, en una distancia tan corta, no más de ciento treinta metros, pensó y deseó que la bala de 12,7mm del Barret fuera suficiente para al menos herir al piloto. Le apuntaría a la cabeza o al cuello. Por otra parte, el G-36 de Centeno tenía mira telescópica y eso le haría menos difícil apuntar a la cabina del helicóptero. El problema vendría luego. Después de disparar, tendrían que salir rápidamente de la posición que ocupaban y cambiarse a otra de las anteriores, para que no les descubrieran y les lanzaran una lluvia de balas y cohetes. La situación por tanto no se presentaría fácil ni por asomo. Era muy complicada y además no aseguraba que se abortara la operación marroquí. Intentó apartar los pensamientos que le decían que además ponía en serio peligro su vida al delatar su posición. Confiaba que la altura del resto de helicópteros le podría ayudar a que no les descubriesen. A lo lejos apareció lo que parecía la silueta de un segundo helicóptero de transporte. El cabo primero Ballesteros se mordió los labios con nerviosismo y supo en esos momentos lo que era sentir miedo.

El teniente Gallo seguía recostado contra el muro de la casa que les parapetaba mientras volaban cascotes y esquirlas. La explosión había sido sin duda la de uno de los Rebecos de señuelo que, con el motor en marcha, se habían colocado en las calles de la población para que los helicópteros disparasen sobre ellos. Por ahora, aquel truco estaba dando resultado y ya habían alcanzado a dos de los vehículos inutilizados. Los que podían ser usados, estaban esperando su oportunidad y apagados o metidos en garajes para no mostrarse ante las miras térmicas de los helicópteros de ataque. Sin embargo la situación empezaba a ser insostenible. Los helicópteros marroquíes estaban cada vez más cerca y era inminente el despliegue de tropas en los aledaños del cuartel de la Legión. Una ametralladora de 12,7mm, desmontada de uno de los Rebecos destruidos en el primer bombardeo, había disparado varias ráfagas contra uno de los helicópteros de ataque que volaba más bajo, buscando los elementos mecanizados de los soldados españoles. Habían cambiado de sitio al menos una vez para evitar en lo posible su detección por los marroquíes, pero a pesar de todos los esfuerzos, ya era necesario algo más que una ráfaga de 12,7mm para detener a los helicópteros.

Desde la posición Lince, habían llamado para comunicar la posibilidad de hacer un disparo de precisión al piloto del primer helicóptero que transportaba las tropas marroquíes. Les había ordenado silencio absoluto y que no dispararan sobre nada que no fuera ese helicóptero para no llamar la atención sobre su posición. Sin embargo, incluso si acertaban, la situación era extremadamente difícil. Acababa de aparecer un segundo helicóptero de transporte que se acercaba. Hizo llegar la orden a los servidores de la Browning de 12,7mm que no disparasen más y que se ocultaran para esperar a hacer frente a los soldados que ya casi sin duda, llegarían a tierra. En un momento en que los helicópteros de ataque se preparaban para una nueva pasada, el teniente Gallo pudo ver como se introducían el tirador de la ametralladora, esta y su servidor, en una especie de almacén. Allí, desde la ventana de su segundo piso se podía ver casi toda la plaza que unía Punta Español y Munera. A lo lejos, los tres Gazelle SA-341 seguían volando para prepararse para un nuevo ataque, que sin duda sería el definitivo, puesto que el desembarco helitransportado de los infantes marroquíes, tenía que estar protegido y para ello tenían que escoltar a los SA-330L Puma de transporte.

Esperó que los blindados marroquíes que sin duda atacarían por la carretera, fueran detenidos por el grupo del Sargento primero Campos. Sin duda, sería muy difícil también, puesto que un TOW con tres disparos, un lanzagranadas y tres minas antitanque, no parecía que fueran a ser un enemigo suficientemente poderoso como para parar a una compañía de T-72B, que eran los utilizados por el ejército marroquí. Volvió a empezar a rezar.



Munera, isla de Almadán. 2 de enero de 2.014, 07.35 horas.

El sargento primero Campos había llegado casi a la carrera mientras se oían los primeros rumores de motores de tanques y blindados marroquíes por la carretera. Artillería marroquí, posiblemente de 105mm y morteros del 81mm, apoyaban el avance de la columna de blindados que estaría a punto de aparecer por las primeras curvas de la carretera. Todavía estaba oscuro y a pesar de la incipiente claridad, era necesario aguzar la vista y utilizar visores térmicos y gafas de visión nocturna. De lo primero, carecían los legionarios españoles y las gafas de visión nocturna eran bastante escasas habiéndose repartido entre los tres equipos de defensa.

- ¿Ves algo? – preguntó el sargento primero al cabo segundo Morales que estaba al lado del VAMTAC Rebeco que portaba el TOW y los tres únicos disparos.
- Todavía nada...pero están ahí. – le contestó el cabo primero Valverde, que era el responsable de esa sección.
- Nos comunica Cobra que ascienden por la carretera dos T-72 marroquíes y un BTR-80. Pero que parece que están esperando a que empiece todo arriba. – habló el legionario Castro, que portaba la radio PRG del equipo, a medias reparada.
- Arriba lo van a tener muy crudo. - comentó entre pensamientos pesimistas el sargento primero mirando hacia las posiciones españolas en las cercanías del cuartel de la Legión.

Mientras, en el cielo se volvían a dejar oír los rotores de los helicópteros. El sargento primero miró a sus hombres diseminados por las posiciones defensivas. Acto seguido, pensó en sus padres, allá en León. Y en su hermano pequeño que estaba estudiando Ingeniería de Minas en Asturias. No era dado a sensiblerías, pero en aquel momento, pensó seriamente y por primera vez, que quizás no los volvería a ver. Respiró con profundidad y volvió a comprobar que su G-36 estaba preparado y dispuesto. Por la frente le salía un sudor frío y se pasó el dedo índice de la mano izquierda para quitárserlo. Susurró un rezo y palpó los cargadores llenos de munición y las granadas que colgaban de su correaje. Miró otra vez hacia la carretera que ascendía lenta y oscura. A unos metros, el cabo primero Valverde y el cabo segundo Morales se persignaron casi al mismo tiempo.

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